Este es el relato de un sapo que vivía en
el monte chaqueño y un día se marcho a Buenos Aires. Se subió a
un camalote y llegó a la gran ciudad. Allí miró todo con ojos de
sapo. Ya de vuelta, en el monte, lo esperaban el mono, el coatí,
el quirquincho, el oso hormiguero, la iguana,
el ñandú y el piojo que vivía en la cabeza del ñandú. Todos
querían oír las historias del sapo en Buenos Aires, y esta fue una de las que
les contó.
Esa tarde la lluvia caía y caía y un olor a tierra
mojada llenaba el monte.
¡Eh, don sapo! -gritó el piojo desde debajo de la
panza del ñandú-. ¡Aquí no nos moja la lluvia! ¡Qué oportunidad para que nos
cuente un cuento!
- ¡Un cuento de Buenos Aires, don sapo! ¡Cuéntenos
más de Buenos Aires! –pidió la garza blanca.
- ¡Eso, don sapo! –dijo el quirquincho-. ¿Qué les
gusta a los que viven allá? ¿Tienen buena tierra? ¿Les gusta el olor de la
tierra mojada?
- Son raros, no tienen tierra a mano, los pobres.
- ¿Cómo?
- ¿Qué no tienen tierra?
- ¡No puede ser, don sapo!
- ¡No nos hagas bromas, don sapo! ¡Cómo no van a
tener tierra!
- Ya les explico. Tienen que pensar que allá las
cosas son diferentes.
- Sí, pero no puedo creer que no tengan tierra.
- Y sin embargo es así. Todo todo es como una
piedra muy grande y chata.
- ¿Una piedra muy grande?
- Sí. Tapa todo el suelo.
- ¿Tienen el suelo forrado?
- Sí, pero en el fondo se ve que la tierra les
gusta, porque vuelta a vuelta la rompen y hacen grandes pozos, y ahí, debajo de
la piedra, tienen tierra.
- ¿Y qué hacen con esa tierra?
- La sacan afuera, la tienen algunos días
amontonada y después la vuelven a meter al pozo y la vuelven a tapar con la
piedra.
- ¿Y siempre hacen eso?
- Todos los días. Cuando tapan un pozo se van un
poco más allá y cavan otro pozo.
- ¿Y después lo tapan otra vez?
- Claro, pero otro poco más allá vuelven a cavar
otro pozo.
- ¿Y así toda la vida?
- Parece.
- ¡Pero no tiene sentido, don sapo!
- Mire m’hijo, no se apure a juzgar. Se ve que a
ellos les gusta hacerlo, y bueno. Lo que les aseguro es que cavan y cavan y
rompen las piedras todo el día.
- Bueno, don sapo, pero lo que no entiendo es por
qué no dejan toda esa tierra afuera del pozo y listo. La tienen a mano para
toda la vida.
- Es que allá tienen muchas leyes, y parece que la
ley dice que tiene que ser así.
- Bueno, unos cavan y cavan. ¿y qué hacen los
otros?
- Se paran y miran dentro del pozo. Se paran y
miran. Por eso digo que les gusta la tierra.
- ¡Pobres! ¡Qué mala suerte tener esa piedra
arriba! ¡El trabajo que les cuesta!
- Y bueno, amigo piojo, son cosas de la vida. No a
todos nos toca la suerte de vivir en el monte.